Una crisis de régimen

Lo grave del caso Bárcenas es que ha alcanzado al último partido que, con buena voluntad, podríamos considerar nacional y de Gobierno. Si observamos las grandes fuerzas políticas representadas en las Cortes vemos que ninguna está mejor que el partido de Rajoy. El segundo partido por votos y escaños, el PSOE, no supone esperanza alguna de regeneración ética y de cambio en el comportamiento de la casta política, porque está más corrompido que el PP, especialmente en Andalucía, su último bastión electoral. El penúltimo, Cataluña, ha desaparecido de la escena española, y por culpa del PSC que paga con la vida su traición al PSOE y a España. La tercera fuerza en votos, Izquierda Unida, comparte con el PSOE corrupción en Andalucía, lo iguala y hasta supera en Cataluña traicionando a España, y exhibe un comportamiento más propio de partido bronquista y antisistema que de alternativa de Gobierno y de regeneración política e institucional.

El cuarto partido, tercero en número de escaños, es Convergència Democrática de Catalunya con su caniche Unió, que han demostrado en estos últimos 33 años, desde que Pujol llegó al Poder en 1980, que son más corruptos que PSOE y PP juntos, con el agravante de que ya su único plan político es conseguir que un Gobierno de Madrid legalice un plebiscito para separar Cataluña del resto de España y forjar los Països Catalans, a costa de Valencia y Baleares. El quinto partido, en fin, con presencia parlamentaria, es el PNV, que junto con la ETA aspira a lo mismo que Cataluña para el País Vasco, con Navarra como lebensraum euskaldún. Cinco partidos, cinco; con dos desastres, dos; y tres traiciones, tres.

Aparentemente, este escándalo diario de corrupción y traición de la casta política (del que sólo se libra UPyD, fuerza auténticamente nacional, pero que sólo tiene cuatro años y no ha tocado poder ni tentación) no tiene arreglo. Sin embargo, lo hay o lo habría si el poder moderador que legalmente encarna la Corona ejerciera como tal, convocando a los españoles, incluidos todos los partidos, a la regeneración del régimen constitucional, masivamente respaldado por el pueblo español en 1978. Pero nadie espera nada –bueno– del Jefe del Estado. Y por eso ésta no es una crisis de Gobierno sino de régimen: del Rey abajo, nos están fallando todos.